Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/160 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -0,70
“Las cosas se saben o no; no hay por qué
comprenderlas…”
Max Aub
“En el corazón de lo que escribimos siempre quedan
encerrados elementos de nuestra biografía…”
Antiqva
Esta
mañana me han dicho que posiblemente tenga que matar a un hombre. Hoy está
lloviendo y anoche apenas he dormido. He tenido servicio de guardia y eso supone,
cuando llega la noche, dos horas de vigilancia en alguna garita, fusil en mano,
y cuatro horas de descanso, de las que tenemos que descontar el tiempo de las
idas y las venidas a los puestos y el de dar las novedades al oficial, de modo
que las cuatro horas se quedan en poco más de tres. Un tiempo insuficiente de
descanso para un joven de diecinueve años. Además, tenemos que acostarnos con
el uniforme y los correajes y esta noche, con la lluvia, el “tres cuartos” y
las botas estaban empapados de agua y barro. La áspera manta con la que nos
cubrimos en las horas de descanso es incapaz de sacar de nosotros el frío de estas
noches de invierno.
Hoy
es 20 de diciembre de 1973. Faltan un par de días para que pueda tomar una
semana de permiso y esta mañana, cuando estamos a las puertas de la Navidad, un
grupo de terroristas de E.T.A. ha matado al almirante Carrero Blanco, al
parecer un personaje importante en el gobierno de Franco. La verdad es que yo
nunca he oído su nombre. No tengo ni idea de quien era, pero os puedo asegurar
que su muerte ha ocasionado un revuelo en el cuartel. No han pasado un par de
horas del atentado cuando el cabo furriel nos ha anunciado que los permisos de
Navidad han sido anulados, quedando todos nosotros acuartelados. Las guardias
se han doblado y a mi, que había estado de servicio esta noche pasada, me han
enlazado una guardia saliente con otra entrante.
Formados
en el patio, bajo una lluvia que nos empapa, el capitán a cuyas órdenes está
nuestra batería nos está hablando:
-“Soldados,
han asesinado al Presidente del Consejo de Ministros, el almirante Luis Carrero
Blanco. La Patria exige que estemos alerta en este momento. Además, hace media
hora hemos recibido en este acuartelamiento una amenaza de bomba. Al parecer,
grupos que operan en la clandestinidad quieren aprovechar estos momentos de
confusión para sembrar la inquietud en la ciudad colocando explosivos en diversos
lugares estratégicos. Ya se os ha dicho que vamos a redoblar las guardias.
Todos los que entréis de servicio tenéis que tener el fusil cargado y quitado
el seguro. Ante cualquier duda, tenéis mi orden de disparar a matar. Los
acontecimientos no permiten otra cosa. La Patria exige eso. Si alguien se os acerca
y no entra en razones ante vuestra orden de que se detenga y alce las manos,
disparadle…”
Al
poco, algo cabizbajo, acompañado por el cabo de guardia, me estoy dirigiendo a
la puerta falsa del cuartel, para hacer el relevo en el puesto. “Verás –estoy
pensando mientras camino, fusil al hombro- como algún insensato me monta hoy un
lío…”
Y
así ha sido. A los pocos minutos de hacer el relevo, mientras soporto la lluvia
cayendo sobre mi cuerpo y miro con atención los movimientos en la calle puedo
ver como un individuo que arrastra una caja de cierto tamaño se acerca a la
tapia del cuartel, deja la caja apoyada en el suelo y protegido por un paraguas
se queda allí plantado, como esperando algo.
No
lo dudo. Encañono al tipo con el fusil y le exijo a gritos que se aleje de allí,
pero no se inmuta. No parece escucharme. Posiblemente piensa que no me dirijo a
él. Están siendo unos segundos interminables. Al poco, se ha dado cuenta de que
es él el destinatario de mis voces y me grita diciendo que está esperando a
alguien, que lo llevara a Puente Osuna, y que se ha colocado allí para
protegerse un poco de la lluvia.
Mi
mirada y la suya se han cruzado en el instante en que yo he descerrajado el Mauser
provocando un ruido seco. La bala se ha introducido en la recámara. Siento que
mi cuerpo está temblando.
-Las
manos a la cabeza –grito… Las manos a la cabeza… Y haga palmas con las manos…
Que yo vea las manos haciendo palmas por encima de su cabeza…
-Estás
loco, muchacho –me responde.
Lo
tengo encañonado. No lo dudo. Aprieto el gatillo. Suena el trueno del disparo.
El tipo se queda inmóvil. Sin duda, no se cree lo que está pasando. Mientras
tanto, temo que tenga que disparar una segunda vez, pero no es así. No me ha
dado tiempo a introducir una segunda bala en la recámara. Él se ha echado a
correr, lanzando improperios. Deja atrás el paquete y el paraguas.
Unos
minutos después la Policía Militar ha acordonado la zona y al poco unos
artificieros están inspeccionando la caja. Parece que contiene cartones de
tabaco, que son requisados y puestos a disposición del oficial que habrá de
instruir el incidente. Todo ha sido una falsa alarma, pero yo he actuado tal y
como se esperaba que hiciera. Recibo algunas felicitaciones. “Así es como
tenéis que actuar.” –me dice el Teniente Coronel en estos primeros momentos que
siguen a la confusión del disparo.
El
asunto se complica luego, cuando la Policía Militar se extraña de no encontrar
en el pavimento ninguna señal del balazo. “Soldado –me están preguntando-,
quieres decirnos exactamente a donde estabas apuntando. No encontramos ninguna
señal de que la bala rebotara en el suelo.
-Mi
teniente -respondo-, aunque en ese momento tenía claro como debía de actuar no
puedo ocultar que me puse algo nervioso. Es posible que en lugar de disparar a
las piernas, como era mi intención, la bala se desviara al cielo. No se
decirle, mi teniente. Desde luego, disparé. Todos escucharon el ruido del
disparo.
He
tenido que prestar declaración varias veces y a la postre el asunto ha quedado zanjado.
Lo importante, a fin de cuentas, es que he sido un ejemplo de actuación y que además
la amenaza de las bombas ha resultado ser una mera fábula. Nos dicen que
hoy no ha pasado nada en la ciudad.
Ningún explosivo ha estallado. Cuentan que las gentes están tranquilas. Todos están
asustados, pero tranquilos.
No
pueden sospechar que uno, en los tiempos en que era un recluta destinado en el C.I.R. número 7 de Saturio del Duero, cuando
hacía los primeros ejercicios de tiro simulado había escondido en mis bolsillos
tres balas de fogeo que pensaba conservar como recuerdo de mi tiempo de
servicio obligatorio en el ejército. Esta mañana, cuando me han dicho que quizás
tendría que matar a un hombre, he decidido utilizarlas.