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miércoles, 5 de diciembre de 2007

MILAGROS


Era un clérigo simple, pobre de clerecía,
a diario decía misa a Santa María;
decíala a diario porque otra no sabía,
la sabía por uso, no por sabiduría.

Fue este misacantano al obispo acusado
de que era él idiota, mal clérigo probado;
el Salve Sancta Parens sólo tenía usado,
no sabía otra misa ese torpe embargado.

Duramente movido fue este obispo a saña,
dijo: "Nunca de preste se supo tal hazaña".
Dijo: "Decid al hijo de mala putaña
que venga a mi presencia, no lo evite por maña".

Y vino ante el obispo el preste pecador,
había con el miedo perdido su color,
de vergüenza no osaba mirar a su señor,
nunca estuvo el mezquino en tan mala sudor.

Y le dijo el obispo: "Preste, dime la verdad,
si es como todos dicen tanta tu necedad".
El buen hombre le dijo: "Señor, por caridad,
si dijese que no, diría falsedad".

Y le dijo el obispo: "Cuando no tienes ciencia
de cantar otra misa, ni juicio ni potencia,
védote que no cantes, te lo doy por sentencia,
vive como mereces por otra inteligencia".

El preste fue su vía triste y desanimado,
tenía gran vergüenza, el daño muy granado;
volvió ante la Gloriosa lloroso y apenado,
que le diese consejo pues estaba aterrado.

Nuestra madre preciosa que nunca abandonó
a quien de corazón ante sus pies cayó,
el ruego de su clérigo en seguida escuchó,
no lo puso por plazo, luego lo socorrió.

Nuestra Virgen gloriosa que es madre sin dicción,
se apareció al obispo en seguida en visión;
díjole fuertes dichos, un bravillo sermón,
en ello descubrióle todo su corazón.

Díjole bravamente: "Don obispo lozano,
¿contra mí por qué fuiste tan fuerte y tan villano?
Yo nunca te quité la valía de un grano,
y hasme tú quitado a mí mi capellano.

El que a mí me cantaba la misa cada día
creíste tú que hacía un yerro de herejía;
jusgástelo por bestia, todo majadería,
quitástele la orden de la capellanía.

Si tú no le mandares decir la misa mía
como decir solía, gran querella tendría
y tú serás finado el trigésimo día.
¡Así verás qué vale la saña de María!".

Con estas amenazas fue el obispo espantado,
mandó enviar en seguida por el preste vedado,
rogó que perdonase en lo que había errado,
porque fue en el su pleito duramente engañado.

Mandólo que cantase cual solía cantar,
fuese de la Gloriosa siervo para su altar;
que si algo le faltase en vestir o calzar,
él se lo mandaría del suyo propio dar.

Retornó el hombre bueno a su capellanía
y sirvió a la Gloriosa Santa María;
en su oficio finó de fin cual yo querría,
el alma fue a la Gloria, la dulce cofradía.

No podríamos tanto escribir ni rezar,
aun cuando pudiésemos muchos años durar,
que uno de diez milagros pudiésemos contar
de los que Dios se digna por la Virgen mostrar.

Se expone en este poema, en versión de Vicente Beltrán, uno de los “Milagros de Nuestra Señora”. En esta obra, Gonzalo de Berceo, movido por un intenso sentimiento didáctico/religioso, intentaba ensalzar el culto a la Virgen, en cuya maternal intercesión encuentran siempre adecuada protección sus devotos.
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En la imagen: Colegiata románica de Santillana del Mar, Cantabria.

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