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martes, 31 de julio de 2007

LOS NIÑOS DE "CUARTO BIS"

El colegio Miguel de Cervantes en 1934.
En primer plano, el comedor; al fondo, el propio colegio (dos plantas).
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El Colegio "Miguel de Cervantes" es el más antiguo de la ciudad. Fue inaugurado el 10 de enero de 1931. La escuela Graduada constaba de dos secciones de seis unidades cada una. Una sección para niños (en la planta alta del edificio) y otra para niñas (en la planta baja).

El centro se construyó al aumentar la población del barrio de las Delicias, gracias al desarrollo que había supuesto la construcción del ferrocarril. Este incremento poblacional amparado en la actividad ferroviaria, conllevó un considerable aumento del número de niños.

Recuerdo que en el colegio, en los primeros años sesenta, había dos clases de alumnos; de un lado, los normales, en los que yo me incluia; de otro, un reducido número de niños problemáticos (unos veinte), que estaban "recluidos" en la clase que conocíamos como "cuarto bis". Nunca llegué a conocer, realmente, los motivos por los que esos niños eran considerados problemáticos. Alguna vez, alguien comentó que era porque sus familias eran pobres (más pobres que las de los alumnos normales, diría yo) y no podían pagar "las permanencias", que era una pequeña cantidad de dinero que se pagaba mensualmente para que los profesores impartieran alguna hora adicional de clase a los niños.

Los niños "normales", cada cierto tiempo, íbamos progresando, desde primero hasta sexto. Los alumnos de "cuarto bis", sin embargo, no avanzaban, sino que estaban allí hasta que abandonaban el colegio. Eran, sin duda, unos marginados. Lo cierto es que los niños "normales" teníamos un sentimiento de miedo cuando nos cruzábamos con ellos en los pasillos o en el patio. Destacaba por sus diabluras, en mis tiempos, entre los alumnos de "cuarto bis" uno al que llamábamos Pizzias, con el que llegué a trabar amistad cuando tenía seis o siete años.

Estuve en el "Miguel de Cervantes" hasta que a punto de cumplir los diez años, alcanzado el grado cuarto, ingresé en el instituto de la ciudad, para iniciar estudios de bachillerato.

Los niños normales, los que no estudiaban el bachiller, que eran los más, seguían en el colegio otros dos grados más (quinto y sexto) para abandonar luego la escuela camino del mundo del trabajo.

En general, mi recuerdo de los maestros es muy bueno. Parece que estoy viendo ahora mismo a don Manuel y a don Martín. Las lecturas del primero, hombre tan severo como cariñoso, cada cosa en su momento, hicieron nacer en mí la afición por la historia. En aquellos tiempos en que por las mañanas, formados todos en el patio, cantábamos el Cara al Sol, el nos leía, por las tardes, narraciones de leyenda sobre, por ejemplo, los tartesios, esos antiguos pobladores de Andalucía.

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