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domingo, 17 de junio de 2007

LOS LIBROS DE QURTUBA

Capitel de los músicos, Museo de Córdoba
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El califa omeya al-Hakam II fue uno de los monarcas más sabios que jamas hayan reinado en España. Por las fuentes antiguas sabemos que una de sus pasiones se centraba en conseguir libros procedentes de los lugares más insospechados del mundo musulmán. Comprar manuscritos especialmente raros o preciosos era la tarea que sus agentes en El Cairo, Alejandría, Bagdad o Damasco tenían orden de realizar a cualquier precio. Los hombres del califa recorrían el mundo buscando libros que luego al-Hakam atesoraba en su descomunal biblioteca del Alcázar de Córdoba.

Noticias antiguas nos dicen que el catálogo de esa biblioteca, que detallaba solamente el título de los manuscritos, llegó a estar formado por 44 libros de registro que contaban, cada uno, con 50 hojas. Cuatrocientos mil habría sido el número de libros que al-Hakam consiguió acumular en su palacio cordobés, libros que en muchos casos habían sido leídos y anotados de la propia mano del monarca, hombre que supo disfrutar como pocos de los placeres de la lectura. Nos han transmitido sus cronistas que en cierto momento el califa conoció que un sabio del Irak actual, Abu-l-Faradj Isfahani, estaba ultimando un libro en el que recogía información acerca de los poetas y cantores del Islam, el denominado Kitab al-Agani (Libro de las Canciones). Inmediatamente, a través de uno de sus agentes, al-Hakam le hizo llegar 1.000 monedas de oro, con el ruego de que le remitiera el primer ejemplar de esa obra.

Además de su pasión por los libros, el monarca cordobés, durante su reinado, alentó los estudios de las más diversas materias. Fueron años felices en los que los sabios pudieron entregarse con pasión a su trabajo. Las enseñanzas que entonces se impartían en la Mezquita Aljama de Córdoba alcanzaban ahora renombre universal y miles de alumnos seguían los dictados de los grandes maestros. Así, Abu Becr ibn Moawia profundizaba en las tradiciones de Mahoma, en tanto que Abu Alí Khalib enseñaba lengua y poesía árabe e Ibn Alcutia hacía lo propio con la gramática.

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